Bélgica y Francia vienen trabajando juntas para potenciar las chances de arrimarse a producciones inglesas y escandinavas, que siguen ocupando la cima del podio, sobre todo en dos de los géneros más populares: thrillers y policiales. “Zona blanca” es una de las últimas incorporaciones de Netflix que, con diferencia de un par de semanas, presentó los dieciséis episodios de las dos temporadas .
La historia transcurre en Villefranche, una localidad recostada sobre un bosque exuberante que tiene un protagonismo excluyente en la vida de sus pobladores. Lo de “Zona Blanca” alude a un área sin cobertura de internet ni de celulares, circunstancia ideal de aislamiento que genera un microclima irrespirable en el que el índice de criminalidad crece sin freno a despecho de la escasa densidad demográfica.
Es un compromiso difícil reseñar la serie porque sus productores son tan ambiciosos que, en su afán de elaborar una narración original, han construido finalmente un híbrido que no termina de conformar a los que creyeron que les ofrecerían un policial, ni a los que se entusiasmaron con la fantasía que habita ese bosque infectado de cadáveres con árboles que , literalmente, sangran; ni al segmento juvenil que se engancha con el planteo ecológico que está presente de principio a fin.
Los culpable del guión son Mathieu Missoffe, Antonin Martin Hilbert y Florent Meyer y no se sabe si cada uno asumió uno de los rumbros de Zona Blanca o si decidieron juntos, el progreso de la investigación policial a partir de la aparición del cuerpo sin vida de una mujer; el conflicto derivado de la cesión de terrenos a quienes emponzoñan el suelo y el agua con desechos industriales y la existencia de invisibles y letales fuerzas que habitan en la espesura.
La co producción franco-belga parece escrita a partir de esos algoritmos a que son tan afectos los actuales dueños del espectáculo que confeccionan diagnósticos y proyectos a partir de los gustos de la audiencia, luego de medir en el minuto a minuto, lágrimas, muecas o sonrisas. Se supone que un programa realizado en base a la preferencia declarada de la audiencia no puede fallar.
Y sin embargo… Es como si alguien midiera ofertas gastronómicas y el relevamiento arrojara una marcada preferencia por las milanesas con puré, el helado de chocolate y el dulce de leche. Eso no significa que cause sensación un plato en el que unten la milanesa con dulce de leche y coronen el puré con una bocha de chocolate y otra de vainilla.
Bienvenida la diversidad y la libertad de buscar nuevos caminos, pero es improbable que vayan a enamorar a grandes audiencias. “Zona…” tiene como protagonista a Laurene Weiss (Suliane Ibrahim), una investigadora aguda y torturada por el recuerdo de su propio secuestro, ocurrido dos décadas atrás, todavía no esclarecido y que le ha dejado marcado en el rostro un gesto de perpetuo desconsuelo y en la mano, dos dedos menos.
El relato arranca prometedor con la llegada a Villefranche de Franck Siriani (Laurent Capelluto) un fiscal enviado desde la capital para poner orden, desenterrar secretos y encauzar la investigación. Personaje delicioso y riquísimo, de entrada el espectador comprende que es muy probable que el que mandó a Siriani es algún enemigo que sólo aspira a verlo fracasar. Alérgico al polen y la humedad, aterrorizado por las abejas, el fiscal que compone Capelluto justifica plenamente la elección de la serie.
Casi tanto como Martial Ferra (Hubert Delattre) a quien todos llaman “Osito”, un apodo afectuoso y paradójico, para un gigante de casi 2 metros que cumple a la perfección el rol de fiel escudero de la teniente Weiss.
Con personajes atractivos y una investigación que se mantiene dentro de los cánones de cualquier trhiller, con aproximaciones y pistas que conducen a una aparente resolución, la estructura completa tambalea cuando los elementos fantásticos se entrecruzan con la realidad. Uno de esos momentos desconcertantes se produce cuando Osito cae a una hondonada en las profundidades del bosque y le atraviesa el costado una rama puntiaguda.
Desesperada por la proximidad de la noche, Weiss acomoda como puede a su compañero y se pone a escalar la roca a mano limpia para buscar ayuda. A centímetros de la meta, se precipita al vacío desde unos 15 metros y se estrella contra la piedra. En ese instante probablemente toma el timón otro de los guionistas que convierte la caída en una entrada al túnel de tiempo y Weiss recupera vida y juventud. El otro policía, en cambio, se mantiene en su propio tiempo y con todas las heridas que lo tienen a un paso de la muerte.
Cada paso que el relato avanza en el esclarecimiento de las desapariciones o los crímenes, se corresponde con algún elemento sobrenatural. Las fuerzas sin nombre ni apariencia se ocupan de un recluso al que reducen a unos cuantos litros de sangre. Y todo ocurre mientras la familia más poderosa del pueblo intenta hacer negocios con quienes solo pretenden envenenarlos; la teniente Weiss está a punto de averiguar quién la secuestró y su hija entra y sale de una organización ecologista de enmascarados. Y el fiscal sale de perdedor.
Está claro que si la mezcla de géneros consiguió el rating esperado, en cualquier momento presentan la tercera temporada.